El
libro de Josué pertenece a la historia deuteronomista, escrito en hebreo, por
autor desconocido, pero ciertamente no fue Josué. Continúa el relato del
Pentateuco y narra el establecimiento del pueblo elegido en la tierra a él
prometido. Comienza con la muerte de Moisés, y Josué, como sucesor de Moisés,
dirige al pueblo que entrará finalmente en Canáan.
El
libro se estructura en cuatro partes: 1. El discurso introductorio de Josué al
otro lado del Jordán, c. 1; 2. La conquista de la tierra prometida, c.1-12; 3.
Reparto de la tierra a las doce tribus, c. 13-22; 4. El fin de la jefatura de
Josué, discurso final y el pacto de Siquén, c. 23-24.
Dejando
de lado algunas inexactitudes y extrapolaciones, se considera histórico el
acontecimiento de Josué y el establecimiento en la Palestina central. En fechas
sería que hacia el 1250 a.C. entran los grupos del Sur, mientras que los que
vienen del otro lado del Jordán lo hacen en el 1225, y en el 1200 se expanden
los grupos del Norte.
El
personaje principal del libro es Josué, y el relato es presentado sin mucho
realismo, idealizado, en el que luego de la epopeya de la salida de Egipto,
Josué transmite al pueblo la orden recibida de Yahvé: “Pasar el Jordán, junto
con todo el pueblo, hacia la tierra que yo voy a darles (a los israelitas),
según declaré a Moisés. Nadie podrá resistirte en todos los días de tu vida: lo
mismo que estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré”, 1,
2-3. Con la ayuda de Rajab, una no judía y que por ello se le perdonó la vida,
y siguiendo a los sacerdotes que llevan el arca, pasan el Jordán. Las aguas del
río se detuvieron.
Es claro el paralelismo con el episodio del Mar de las Cañas
(Rojo). Como recuerdo doce hombres colocan doce piedras del río en Guilgal, cs.
2-4. Luego se refiere la conquista de Jericó con el famoso relato de las
murallas que se derrumban. Hasta hoy no se ha podido comprobar la historicidad
de ese hecho. Esta narración muestra el poder de Yahvé que interviene en favor
de sus elegidos ante una ciudad que, por sus murallas, era inexpugnable, c. 6.
Jericó es declarada antema, y Acán es condenado a muerte por violar ese
anatema, c. 7. Los capítulos 8-13
relatan diversas luchas y victorias sobre reyes cananeos, y la conquista de la
tierra, pero no de toda, c.13.
El
reparto de la tierra prometida entre las
doce tribus ocupa los capítulos 13-22, con tres notas: a. Israel no conquistó
todavía todo el país, 13, 1-6; b. Moisés
ha repartido ya Transjordania entre media tribu de Manasés, los rubenitas y los
gaditas ,13, 8-13.15-32, aunque ese territorio no pertenece directamente a la
tierra prometida, las dos tribus y media pueden asentarse en él porque han
contribuido en forma activa a la conquista de Cisjordania; c. Leví no recibe
ninguna tierra: “Yahvé, Dios de Israel, fue su heredad”, 13, 14.
El
libro concluye con el último discurso de Josué, la asamblea de Siquén y la
muerte y entierro de Josué, c.23-24. En ese discurso Josué exhorta a mantener
la unidad cumplimiento al pie de la letra la ley de Moisés y adorando al Yahvé,
el único Dios, que les será favorable si observando sus preceptos, y de lo
contrario les castigará. En la gran asamblea de Siquén se establece el pacto de
servir a Yahvé y no a dioses extranjeros. Finalmente muere Josué y es enterrado
en la tierra prometida.
El
significado teológico está dado por el relieve incomparable de la acción de
Yahvé. Dios es fiel a sí mismo y a sus promesas. Cumple su promesa para con su
pueblo elegido y le permite acceder a la tierra prometida. Está aparece como
donada por Dios, y no obtenida por las fuerza militar ni por los méritos del
pueblo. El pueblo que había encontrado a Dios en el desierto, recibe ahora su
tierra, y la recibe de su Dios, porque quien ha combatido en favor de los
israelitas, 23, 3-10; 24, 11-12, y les ha dado en herencia el país que había
prometido a sus padres, 23, 5.14, es Yahvé. Se destaca el mandato a mantener la
unidad del pueblo y el servicio a Yahvé en un pacto, apareciendo Josué como la
figura del mediador entre Dios y su pueblo. Por semejanza del mismo nombre y
sus acciones (Josué-Jesús- Salvador), algunos Padres de la Iglesia sostienen
que Josué es figura precursora de Jesús, no solo porque conduce al pueblo a la
victoria, como Jesús a la victoria sobre el pecado, sino que, como Jesús,
extiende la salvación a todos y no solo a los propios, como queda demostrado
con el perdón a Rajab.

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