Narra la llegada del
pueblo de Israel a Canáan y las dificultades de asentamiento en cada zona y la
protección divina a cada tribuna. Dios en ese momento suscita líderes
carismáticos. Forma parte importante de la historia deuteronomista.
La estructura del
libro: introducción 1,1-3,6; relato de los jueces 3,7-16,31; apéndices o
relatos independientes 17,1-21,25.
Muerto Josué,
los israelitas, en conflicto con los filisteos, cananeos, asirios y
pueblos circundantes, provocan la
emergencia de héroes libertadores del pueblo: los jueces. Son doce jueces, uno
por cada tribu.
Sus historias fueron
narradas oralmente primero, y finalmente incorporadas en el libro de los
libertadores, compuesto en el reino del Norte en la primera parte de la época
monárquica.
Los grandes jueces
(Otniel, Ehúd, Débora y Barac, Gedeón, Jefté y Sansón) son esos protagonistas
que han recibido un carisma especial: fueron elegidos por Dios para una misión
de salvación de la dominación que sufría Israel por parte de otros pueblos[1].
También conquistan territorios de Palestina que Josué no pudo ocupar. Eran
héroes nacionales que dirigieron las guerras en nombre de Yahvé y se
convirtieron en jueces. No sólo administraban justicia sino que gobernaban.
A su vez, los jueces
menores (Ibsán, Elón y Abdón, 12, 8-15, Sangar, 3.31, Tola y Yair, 10, 1-13)
solamente son objeto de menciones mínimas y no se les atribuye ningún acto
salvador; de ellos se dice que han juzgado a Israel durante un número de años
preciso y variable.
Los jueces son una
institución política intermedia entre el régimen tribal y el monárquico.
Aparecen en un contexto de infidelidad de los israelitas a Yahvé que los
entrega a los opresores. Imploran a Yahvé y les envía un juez como salvador y
restablecedor del derecho y el orden. Pero las infidelidades vuelven y la
cadena se repite. La época de los jueces duró un siglo y medio[2].
No todos en realidad
fueron jueces, por diversos motivos se incorporan algunos que no lo fueron,
pero lo importante era también alcanzar el número de 12 de modo que coincidiera
con el de las tribus. Así, Sansón era la figura de un héroe danita, pero ni fue
libertador ni fue juez, pero sus hazañas contra los filisteos se narra en los
capítulos 13-16, entre ellas, el episodio en que Dalila le saca el secreto de
que la fuerza le viene e su cabellera y, cuando está dormido, la mujer le corta
el cabello y Sansón pierde su fuerza.
Después la recupera por
el poder de Dios para acabar con los filisteos y con él mismo. Tampoco eran
jueces Otniel ni Sangar.
El cántico de Débora y
Barac se ubica en el capítulo 5. Débora era una profetisa y juez en Israel,
4,4. Ese cántico es una de las piezas poéticas más antiguas de la Biblia. Es un
canto de victoria y celebra la gesta de una guerra santa en la que Yahvé lucha
contra los enemigos de su pueblo, 5, 20-23. El cántico exalta a las tribus que
han respondido al llamado de Débora, e increpa a las que no acudieron a
combatir.
Para extraer enseñanzas
del libro hay que ubicarse en la época. De un lado Dios se va revelando
progresivamente, y los israelitas van recibiendo gradualmente esa revelación.
Tampoco hay que tener en cuenta comportamientos aislados de dudosa ética y que no son modelos precisamente, sino
el conjunto de la obra que refiere la dureza de la época y donde el esquema
argumental de los seis jueces mayores es el mismo: pecado, castigo y salvación,
esto es: apostasía de apostasía de Yahvé, amenaza enemiga, vocación de un
salvador y juez, salvación, paz mientras vive el juez, y nueva apostasía.
El libro señala las traiciones a Yahvé, el
llamado gratuito de Dios, la vocación de un salvador, y que gratuitamente Dios
interviene para salvar a los hombres. Dios es fiel y espera fidelidad de su
pueblo a él. Es un canto de liberación que alimentará la esperanza en los
momentos duros que vendrán con el destierro del siglo VI a.C.
No hay comentarios:
Publicar un comentario